sábado, 29 de mayo de 2010

Me cuesta decirlo

Creí que sería imposible volver a activar mis sentimientos, o sea, no unos sentimientos cualquiera: el cariño, el afecto, la amistad... esos ya están activados, esos funcionan sistemáticamente y no quiero apretar el off. Me refiero a otros, más intensos, más de dentro, más difíciles de explicar. Uns sentimientos que creí que había muerto para siempre. Pueden haber aparecido personas, me pueden haber dicho muchas palabras bonitas, incluso he hecho infinidad de cosas, todas ellas estupendas y fantásticas. Pero no me ha proporcionado lo que me proporcionas tú ahora, ni esas palabras me hacían sentir lo mismo ni lo que hacíamos me daba esta alegría...
Y yo, como soy tan mecánica, me daba miedo. Intentaba alejarme de ti y decir, no, déjalo pasar, no es nada, olvídate. Lo intenté, de verdad, quise hacerlo. Me creía que no podía ser, que yo... bueno que yo sintiese algo por alguien.
Pero fue imposible, porque mi subconsciente pensaba en ti, se imaginaba cosas, proyectaba ideas, situaciones, palabras. Cuando te voy a ver, me inundo de alegría, y me visto con la mejor de mis sonrisas, inevitablemente, y me siento mejor persona y además, la más afortunada, pero no porque me des un beso, y porque me mires con tu cara o porque me sonrias, simplemente por el hecho de que aparecieses en mi vida. Porque aunque me cueste decirlo, te qui... ¡pues eso!

viernes, 21 de mayo de 2010

Duras experiencias

Tengo esa sensación estúpida, un atisbo de felicidad penetra en tu cuerpo, sin un motivo consistente.
Esa increíble sensación de reírse porque sí, de sonreír a la vida, de mostrarte optimista incluso en las peores sensaciones.
Ese sentimiento de superación, que no importe nada. Que trepas a los cielos en las más difíciles soluciones.
He pasado dolorosos momentos, situaciones en las que le he demostrado al mundo y a mí misma la fuerza interior que tengo, duros tragos que casi me cortan la respiración, donde me ha costado seguir, donde a cualquier persona le hubiese costado seguir.
Pero siempre tuve un sentimiento de confianza, creía ciegamente en que todo saldría bien, dentro de lo que cabía, y así fue.
Y hoy me doy cuenta de que todo ese positivismo es extremadamente necesario en mi vida, sin él, todo hubiese sido mucho más difícil.
Ese positivismo que te plantea las cosas más remotas, ese positivismo que es como la fe, sólo puedes creerlo, pero que te levanta con fuerza en las peores situaciones. Que te muestra esperanza y te ofrece un último trago cuando la botella quedó vacía.
Ese positivito que revisa al entorno, que lo olfatea, palpa, siente, huele, mira, observa, prueba y oye y que tras ello genera un veredicto agradable y óptimo. Que te da la posibilidad de ser feliz.

Vivimos rodeados de situaciones, experiencias, movimientos, acciones, sensaciones, ilusiones… que generan una percepción en nosotros, que forman de alguna manera nuestros sentimientos, que organizan nuestra cabeza y está en nosotros mismos darle uno u otro significado.

A fin de cuentas, todo lo malo se pasa, y siempre habrá algún motivo para ser feliz, que te demuestre que la vida, aunque duela, merece la pena vivirla con esmero y empeño. Y que todo lo demás no importa, mientras no te genere un mínimo de satisfacción. Nunca es tarde para ser feliz, ni para sentir placer, ni para comprender que la vida son dos días y tres cafés.